28 diciembre 2021

Lo que no se frena crece

 

Si desde hace unos años el conflicto se había situado en la Ley Trans, con el apoyo del PSOE a la Ley en su 40º Aniversario, otros temas candidatos para ocupar su lugar van introduciéndose en el punto de mira. En el nivel estatal, se abre el tema de la prostitución, quizás, como un acuerdo interno de los partidos de Gobierno; y, a nivel autonómico, la oficialidad del Asturianu y de la Fala (Galego-Asturianu o Eonaviego).

Hoy no voy a entrar en el debate de ambos temas, tendremos tiempo para ello. Lo que más me preocupa es que vaya donde vaya, en las redes sociales y en los lugares presenciales de diálogo, las descalificaciones e insultos van llenando los espacios, tanto por personas que se definen de izquierdas como de derechas, nacionalistas o verdes, así como aquellas que se dicen apolíticas pero que claramente se identifican con una tendencia política o partido; pero que, por la razón que sea, no quieren significarse.

Quienes creemos que la ciudad es un espacio educativo y que nuestra vecindad debe asumir un papel proactivo en el proceso socioeducativo de sus miembros -no de quien se queda al margen sin ningún tipo de implicación por entender que no es de su incumbencia- no podemos quedarnos en silencio y dejar pasar lo que estamos viendo y escuchando. Nuestra obligación personal con nuestra comunidad es cooperar en el objetivo de generar espacios amables para la convivencia. Sin duda, también, porque nos interesa. Si la violencia se expande en los distintos ámbitos, también, será un problema para cada persona y su entorno.

Parémonos y revisemos qué y cómo lo estamos haciendo. La cultura de la violencia está dentro de nuestra sociedad y dentro de cada persona. La hemos ido integrando, asimilando, como si fuera la respuesta a nuestros problemas. Pero, lo que hace es que, nos crea más enredos, complejos de gestionar.

Es difícil frenar esta tendencia, cada persona puede implicarse en la detención de su expansión. Necesitamos permanecer en la consciencia y ser capaces de vivir con un sano autocontrol que canalice nuestras energías, que nos ponen en una constante lucha de competición, hacia espacios positivos de colaboración constructiva.

Cuando hablemos o escribamos, hagámoslo de forma consciente. “Decir la verdad”, “ser sincera”, si lo que sigue a estas dos frases es dolor y profundizar en heridas, están sobrevaloradas. Esto no quiere decir que no haya que comunicarse y expresar, sino todo lo contrario. Debemos aprender a decir sin hacer daño -ni a mí ni a la otra persona- y buscar el momento adecuado. Quizás un ejemplo visual nos pueda ayudar a entenderlo. Así, no es lo mismo un movimiento sísmico que la erupción de un volcán porque no sabemos hacia dónde puede ir la colada y, por tanto, sus efectos. La erupción forma parte de la naturaleza; pero, si tenemos datos, podemos reducir los daños. Trabajar en conocernos, en analizar nuestras reacciones y sentimientos, nos ayudará personalmente en nuestra vida personal y profesional, también para la convivencia.

Pero, no solo es una responsabilidad individual. Es también una responsabilidad social. Los ámbitos sociocomunitarios, políticos e institucionales, deben promover la cultura de la paz, de la convivencia. Las y los agentes sociopolíticos e institucionales deben ser el ejemplo para la ciudadanía y quienes no ejerzan ese papel deberían abandonar el espacio público. Y, si no lo hacen de motu propio, deberían buscarse los mecanismos necesarios para evitar su permanencia.

Somos corresponsables de lo que suceda, por acción u omisión. Quedarnos en silencio, sin reaccionar, nos hace cómplices. Y lo que no se frena, crece, como el plumero de la pampa “pasó de ser ornamental a invasora”.

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